el marinero y el faro


Había una vez un lugar envuelto en tinieblas, oscuridad, miedo, sinrazón, tristeza y soledad. Lo rodeaba un inmenso mar de negras olas, cubierto de estrellas apagadas que morían irremediablemente.
Allí, sobre un monte que se curvaba hacia el infinito en una hermosa espiral, se alzaba un bello faro, de cristal, joya que resplandecía envuelta en un manto de plata y marfil. Una escalera lo recubría, y elevaba sus peldaños hasta el mismísimo infinito. Y, en lo más alto, brillaba su luz; la luz del faro.
Era más que una luz, era un torrente que cubría los cielos, mostrando el camino correcto entre la oscuridad de los mares. Una luz palpable, que te recubría y embellecía. Era una luz de luna, de estrellas...
Era la luz de la sonrisa.
Cierto día, un marinero navegaba sobre las claras aguas del lejano oriente, cuando se durmió en su barca de recuerdos, y surcó entre mil sueños los doce mares del entendimiento, hasta llegar a los pies del faro. Cuando el hombre despertó, se encontró en plena oscuridad, lejos de su hogar, de su familia, de sus amigos. A su alrededor, sólo podía escucharse el llanto de mil fantasmas, el quebrado sonido de un cuervo aleteando sobre su cabeza, el dolor de un final.
No era ausencia de luz, era oscuridad.
La oscuridad se filtraba por su corazón, y se alimentaba de los tristes momentos para crecer y atrapar a aquel hombre perdido en su barquita de recuerdos...
Hasta que el faro brilló.
El marinero, al ver el faro, remó y remó, esperando huir de la oscuridad que afloraba aquellos malos momentos y humedecía sus ojos en un silencioso llanto. Así, sobre las olas del negro mar, siguiendo la luz del faro, consiguió escapar.
Cuando llegó a tierra firme, sus pies se encontraron con el musgo húmedo del cerro, y sonrió feliz de haber escapado. Corrió hacia el faro, en busca de alguna otra persona que pudiese devolverle a su hogar, y subió los mil y un peldaños de seis en seis, saltando de alegría. Y, sin perder la esperanza, consiguió llegar a lo más alto.
Cuando abrió la puerta, sonriente, esperando ver a un amable rostro, se topó con un curioso lugar.
El lugar más alto del faro era una hermosa cúpula de plata, donde reposaban seis velas, una de cada color, orientadas para observar cada uno de los lugares de aquel mar. Buscó a una persona que las cuidase, pero no encontró a nadie.
Sólo seis velas, nada más.
Asombrado mas que desesperanzado por la soledad, se maravilló por comprender que aquellas seis velas creaban aquella luz. Sólo aquellos pequeños focos podían encender la llama de su corazón y hacer olvidar la profundidad de las olas de la tristeza... Y se dedicó a observar cada una.
Unas eran grandes, otras pequeñas. De algunas crecían alargadas llamas, mientras que otras parecían pronto apagarse. Todas brillaban por igual, pese a todo, y se acercó a observarlas detenidamente. Sorprendido, observó que cada una de ellas llevaba una inscripción, con letra de oro y diamantes.
Esperanza, Sueños, Protección, Deseos, Seguridad y Amor.
Aquellas seis velas iluminaban toda la oscuridad que casi le había arrebatado la vida. Sonriendo, se sentó en el centro de la cúpula y esperó a que alguien llegase a buscarle. Pero nadie parecía ir. En un principio, no le importó.
Contaba con la esperanza de que alguien lo hiciese, y soñaba con aquel momento de rescate. Necesitaba su protección, es más, la deseaba. Necesitaba la seguridad de que pronto sería rescatado para saberse querido y jamás olvidado.
Así esperó, día tras día, sin moverse de su lugar, mirando al horizonte, esperando ver un destello sobre ese mar de oscuridad.
Pero, a los días, se desesperó.
Comenzó a pensar en su profunda soledad que quizás nadie le echase en falta, que quizás nadie le recordase, que nadie iría a buscarle nunca y moriría en el faro hasta que alguien, miles de años después lo descubriese. Así pensó durante todo el día, llorando por desesperación. Cuando despertó a la mañana siguiente, descubrió que cinco velas iluminaban la cúpula.
Cinco y no seis.
Se había apagado la esperanza.
Así, sin esperanza, el faro brillaba con menos intensidad, pero seguía fuerte y vigoroso, y existía la posibilidad de ser rescatado un buen día. Pero sin esperanzas, se acabaron aquellos sueños donde alguien le rescataba de la soledad. Y sin los sueños, todo se volvió más gris, más triste, más solitario. Sin sueños a los que aferrarse, todo parecía desesperanzador, lejano...
Como pudo comprobar, al día siguiente sólo cuatro velas iluminaban el faro. Los deseos de ser encontrado, la protección que necesitaba, ambas se apagaron en una triste mañana, cada vez más oscura...
Y el pobre marinero, lloró, como nunca había hecho, en la soledad del faro, por su error de dormirse, por su temor a ser olvidado. Lloró sin esperanza, sin sueños, sin protección y sin deseos. Lloró cada vez más cerca de la oscuridad plena...
Y, en aquel instante, la pequeña vela de la seguridad se apagó ante sus ojos, dejando todo cubierto por la única luz que podía crear la llama del amor.
El marinero se acercó a la pequeña vela, redonda y roja, que brillaba lentamente, amenazando con apagarse con un sólo suspiro. Comprendió que, con sólo mantener aquella vela encendida, podrían volver a rescatarlo, y eso decidió hacer.
Por ello pensó en todo el amor que recibía, en lo que echaba de menos, en sus verdaderos sentimientos, en la luz del faro que tanto le había maravillado. Rió al recordar cada uno de aquellos momentos, y, lentamente, entró de nuevo en calor, mientras la vela del amor parecía dispuesta a mantenerse encendida.
Pensando en tales recuerdos, también cruzaron su mente momentos amargos, momentos que habían quebrado su corazón y que jamás podría olvidar.
No tenía esperanza, ni protección. No tenía sueños ni deseos, y tampoco seguridad...
Por eso, una lágrima cruzó su rostro, de plata y cristal, iluminada bajo la luz de la pequeña luminaria...
Y aquella lágrima apagó la vela.
Entonces, la luz del faro se apagó, dejando todo en la profunda oscuridad.
Entonces, el corazón del marinero se paró para siempre, sin nada a lo que aferrarse.
Entonces... una barca de personas buscando a aquel marinero se perdió en el horizonte, sin saber que jamás le volverían a encontrar, que no llenarían su alma de aquellos sentimientos que como velas se habían apagado en su corazón
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