Con el rico y el poderoso

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Dulce río que agitó la vela, cuando mece luna al viento
que si vienes o quisieras todo sería mejor
cuando quiero que te quedes, vuelas al aire ausente
levitando entre los cielos como agujas de un reloj.
Aire, que escapa entre nubes
alas de ángel, palabra de Dios.
Silencio, que se filtra en paredes
de una torre que se muere
de una muerte sin amor.
¿Quién tuvo la culpa? Ni tú ni yo, ninguno
culpa quizás al reloj
cuando te quise, no estabas
y si me quieres, no estoy.
Frío, como los ojos de Eva,
como el champán congelado
como tu último adiós.
Que si quieres volar, vuela
pero si vuelas, me voy.
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Turandot

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Deseo desearte, deseo.
Desearte deseo y pienso
que no hay nada más deseado.
que el deseo que deseo.
Deseo besarte los labios
perdiéndome entre pizcas de sal
escuchando su llanto roto
de olas comiendo el mar.
Deseo, y desearte es
un deseo deseable,
y sin embargo me quedo
deseando desearte.
Te deseo y tú me vuelas,
pero no quiero bailar
con máscaras de Venecia
pintadas de carnaval.
Deseo desearte, deseo.
Pero no puedo, y no puedo
robarte versos perdidos
entre besos sin te quieros.
Deseo desearte, deseo
pero lo mío no es amor,
frío como una mañana
en tu cama, Turandot.
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Música y lluvia.

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Tres cigarros, dos de ellos
que se escapan como nieve
fibrilando tu universo
entre charcos cuando llueve.
Música, perros que ladran
en la quieta oscuridad
dónde mis dedos se pierden
como gotas de champán.
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Bibliografía de un recuerdo

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Pies fríos bajo la almohada
casi siempre que despiertas
buscas, no encuentras nada
buscas, detrás de las puertas
de un palacio de cristal
entre cóncavo y convexo
de tu recuerdo espiral
de invierno y primer beso.
Despiertas y no hay nadie allí,
como si hubiesen volado
entre gotas derramadas
bajo un colchón escarchado.
¿Dónde estás que no te veo?
¿Dónde marchó tu querer?
Palabritas que recuerdas
de un invierno y de su piel.
Nieva bajo tu ventana
llueve con aguas de ayer,
sin embargo, todo es nada
desde que se marchó el placer
de abanicos y paraguas
ratones que no saben roer,
de un invierno en el verano
que nunca parece volver.
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Aire, sólo aire.

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- Te echo de menos.
Dijo, mientras se miraba en el espejo. Sus rizos incontrolables se desbordaban por su frente, y ella intentaba calmarlos entre sus dedos. Últimamente no sólo sus rizos estaban desbordados, sino que cada una de las cosas de su vida habían saltado como un payaso en una caja de música. Sus peores miedos la acechaban entre las sombras, peor que mil leones con ganas de cazar, por lo intangible, por lo etéreo, por la imposibilidad de guardarlos en una jaula y no dejarles escapar nunca más.
Cerró su libro de cuentos y, buscando su zapato izquierdo debajo de la cama, se vistió para matar.
- ¿Volverás?
- Siempre vuelvo. Aunque muera, volveré. No se por qué, y últimamente me había prometido no hacerlo. Pero veo el lunar de tu espalda, y todo pierde consistencia.
Él se acarició su lunar a tientas, un simple punto en un mar de caricias, y sonrió con los ojos.
- Te quiero. Y tú, ¿tú me quieres?
- Claro que no te quiero. Nunca te querría.
Él se sentó en la cama, dejando que las sábanas se derritiesen por su cuerpo hasta las piernas, asomando un tatuaje bajo el ombligo.
- ¿Por qué mientes? Me quieres, por supuesto que me quieres. Sin mi no serías nada, sólo aire.
Ella sonrió mientras se pintaba los labios con un pincel quemado.
- Tú eres aire. Tú no existes. Tú sólo vienes en mis peores sueños. Tú eres mi imaginación, tú eres mis dedos en silencio. Tú eres agua que no moja, tú eres llanto sin lágrimas. No puedes poseerme, no puedes tenerme. Tú no eres nadie. Tú eres yo.
Y se fue, cerrando la puerta de tal manera que las paredes temblaron. Tras ella, él se desvaneció, como humo entre los labios.
Pero a la noche volvería. Volvería con cada luna cuando no tenga nada más que una botella de tequila para darle calor, y un par de suspiros para dormir.
Aire, sólo aire, porque era lo único que le quedaba para no perder la cordura. Twitter icon