Tu nombre es humo

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De todas, de todos, ninguno
que pudiera compararse
caballo gitano, el sol de tu lado
como moro en elefante
que se eleva del astado,
que permanece constante.
Ojos de hielo, piel de azabache
que ninguno se acercara
como un niño desvalido
de la noche de mañana
un recuerdo ya perdido
de una lágrima en tu cara.
Ingrávido te elevas
sobre el cielo, sobre mí
rozando sin rozar mi cuerpo
estando sin estar aquí.
Ingrávido. Sutil.
Dos es uno y a la par,
ninguno es de nadie, quizás
tu nombre se ha perdido
entre sueños de cristal,
constipado de tu olor
a sirenas en el mar.
Pirata. Corsario de fuego,
que se pierde por las olas
cabalgando bajo el cielo
en un cabecero azul.
Como nadie fue ninguno
y ninguno como tú.
Dos pasaron. O doscientos
cigarros en la ventana
donde uno es más de cientos
y no recuerdo tu cara
ni tu nombre, ni tu piel
porque, por muchos que fuesen
nunca serás como él.
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Dos de ocho

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Castillos en el aire. Castillos de papel que se deshacen con la lluvia caer.
Los días pasaban lentos sin ella, pero cuando sin querer nos cruzábamos entre los escalones del portal, todo merecía la pena.
Nervios. Sudor.
Sentía hambre de ella, de su risa. Que mi corazón sólo latía cuando ella cerca estaba.
Y lo demás aire, y lo demás nada.
Como un gato, su melodía se colaba por mi ventana. Acariciaba mis oídos, se deslizaba por mis labios. Sentía sus besos sin ser besado, sentía sus dedos acariciando mi pecho.
Y mis noches la dibujaban entre sueños con olor a tabaco y whisky. Mis dedos de pianista de máquina de escribir, golpeteaban letras que escribían su nombre. Su olor en mi almohada, sin haberla rozado. Su risa en mi espejo, sin haberse reflejado.
Podría ser. Podría haber sido.
Y la noche moría, y no amanecías conmigo. Twitter icon

Fred-baby

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Existen mil palabras para que sean la primera, pero sólo unas fueron dicha por sus labios:
- Hacía mucho que no veía a gente nueva por el edificio.
Sonreí, mientras intentaba llamar al ascensor con el codo, ya que parecía ser la única parte de mi cuerpo que no sujetaba alguna maleta.
- Olvídalo, no funciona. Es más, cuando llegué nueva ya estaba estropeado. Mi teoría es que es una puerta secreta, ya sabe. Algo como Ana Frank, o mejor, Narnia.
- ¿Hace mucho que vive aquí?
- Algo más. Quizás menos. Digamos que año y pico. Ya veo que usted no. ¿Compra o alquila?
- Por el momento ocupo. Quizás mis hijos puedan decir que tienen casa propia. O sus nietos. O los nietos de sus nietos. Ya sabe como funciona.
- Hijos. ¿Esposa? No la veo. ¿Divorcio? Perdone mi indiscreción - bajó la mirada algo avergonzada de sus propias palabras.
- No se preocupe - intenté sonreír, mientras subíamos las escaleras tan rápido que un caracol nos habría doblado-. Soltero y entero, o eso dicen. Sin más compromiso que Bobby.
- Oh, Bobby. Entonces es homosexual, ¿cierto?
Reí por el tono de su pregunta, aunque ante la misma, en boca de otra persona, habría reaccionado distinto.
- Bobby es mi pez de colores -dije, levantando la mano para enseñárselo. Pero no fue un pez lo que había en ella, sino una bolsa de plástico con una lámpara asomándose como espía de la conversación.
Avergonzada, rió discreta.
- Tercer piso, he llegado - concluí, al llegar al amplio piso. Tan amplio como una nevera, vaya.
- Si necesita ayuda yo estoy en el cuarto. Justo encima de usted. Podría pasarse esta noche, sobre las once. Tomar algo, conocernos. Decirnos los nombres estaría correcto.
- Mi nombre es Paul.
- ¿Sabe? Sabía que se llamaría así. Quiero decir, tiene los ojos de llamarse Paul.
- ¿Y cómo son mis ojos? - pregunté, algo incorrecto.
- Oh. Ya sabe. Esos típicos ojos que dicen morder y luego no saben ni besar - dijo, algo oqueta -. Disculpe de nuevo. No quería ofenderle.
- No me ha ofendido - sonreí, abriendo la puerta de mi nueva casa -. Aunque usted no ha dicho su nombre todavía.
- A las once, en mi casa, se lo diré. No piense nada extraño, sólo whisky. Y si no puede esperar, busque mi nombre en el buzón. Aunque no estoy realmente segura de lo que ponga.
Guiñé un ojo, confidente, y me dediqué a pasar una a una cada maleta en casa. En total hacían cinco, y todas sobre mi cuerpo. Entonces vi que, desesperada, buscaba en sus bolsillos.
- Oh. Otra vez no - dijo, cansada-. ¿Le importa que pase por su escalera de incendios? He perdido la llave. Será un momento, no se preocupe.
Antes de poder reaccionar, ya se había colado dentro de ella. Dentro de mí. Dentro de mi mundo.
- Al menos dime tu nombre - dije, mientras se colaba por la ventana del baño para acceder a las escaleras metálicas.
- Esta noche, a las once - y sonriendo, fue subiendo por ellas.
Pero no hacía falta que lo dijese, ya estaba seguro de ello.
Holly. Como siempre, Holly. Twitter icon

23,30

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- Tengo que marcharme.
- ¿Volverás?
- Quizás mañana - se puso el abrigo.
- Odio la palabra quizás cuando sale de tus labios.
Él se encogió de hombros y siguió su camino hacia la puerta.
- Eres como un sueño - le susurró al oído, mientras él intentaba escaparse hacia el portal-. Siempre apareces por la noche en mi cama, y cuando despierto ya has desaparecido.
Una sonrisa amarga se escapó de los labios de aquella figura, que se alejaba hacia el ascensor. Finalmente, se volvió -con aparente indiferencia- y alzó en sus labios una sentencia:
- Lo que más seguridad da en un sueño es saber que no durará para siempre. Twitter icon

Lydia

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Gitana de Hispalis
de sangre morena
bailando descalza
tus pies en la arena.
Esmeralda de carbón,
joya encontrada en el río
que las olas vienen, van
que las olas te han traído.
A tu vera duermo, sueño
a tu vera yo te canto.
Gitana de coplas, de besos
dulce luz de mil encantos.
Diamante de sombras en noches
perdidas en sonrisa infantil
que como un verso labio a labio
escapa a la lluvia de Abril.
Sueño que sin soñar sueño,
humo en tus labios al aire
guardándonos mil secretos
de esos que no sabe nadie.
Gitana de luces, de flores
gitana de primavera
tan bonita que amapolas
te envidian por ser la primera.
Gitana de besos, gitana de mar
que tus ojos despertar
junto a los míos espero.
Gitana del alma, gitana del sur
gitana mía, te quiero.
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Ella

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Ella no quería un marido, sólo una mascota que tener entre sus brazos. Un perro al que acariciar en la noche, alimentar en el día, y olvidar en casa durante las vacaciones. Ella quería una pecera llena de romances a los que alimentar de vez en cuando, y tenerlos allí nadando, nadando.
Ella no quería un aniversario, sino trescientas seseinta y cinco noches. Ella no quería flores, sino capullos. Ella no quería velas, sino llamas.
Ella no quería querer. Ella no quería nada.
Ella no me quiso. Ella no se quería.
Sólo sentir el sudor le daba vida. Los gritos eran su comida, y su agua los besos de conocidos de una noche.
Ella tenía mil nombres y ninguno le gustaba. Ella era la esposa, la amante, la amiga. La fruta prohibida, el peligroso placer.
Ella no respiraba. Ella no existía. Ella despertaba una vez al día, al calor de besos en el cuello, y moría con el último latido de la medianoche.
Todos hablaban de ella. Ninguno la conocía. Ni siquiera su reflejo sabía decir quién era. Porque tenía mil caras, porque ninguna era la suya.
Ella vivió a ratos, y murió una sola vez. La vez que miró que nadie la miraba. La vez que se vio envejecer.
Y ella nunca durmió sola, sino con el olor de cien hombres distintos en su almohada.
Ella, a la que tantos amaban. Ella.
Reina de nada. Twitter icon

Yo sin ti, tú conmigo

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Elévate hacia el cielo
suspirando entre resortes,
cadenas que alzan el vuelo
bailando un vals de la corte.
Máscaras que escapan al grito
a la luz de madrugada,
donde un mucho es poquito
pero es mejor que nada.
Entra y sale
viene y va
como humo en chimenea
sentimientos de cristal.
Un grito rompe el cielo
y no hay nada que temer
¿Acaso te crees el primero
que llora por el querer?
Te quiero y sin querer, te quiero
te quiero sin quererte querer,
te quiero como yo sólo te quiero
te quiero desde antes de nacer.
Ojos que sin mirar, te miran
en un asiento del tren
se cruzan nuestras miradas
se hace tarde para volver.
Me pierdo un segundo,
regreso
simplemente para ver
que lo que siento no cabe
en un trozo de papel.
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Ecuación perfecta

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Humo que golpea en la ventana
como ave que se escapa de su nido.
Corre, vuela sin tus alas
grita sin voz desde el olvido.
En un rincón de la noche te pienso,
te sueño, recordando tu mirada
esos ojos que nunca he visto,
como luceros de la madrugada.
Te desnudo sin tocar tu piel
para verte sólo debo soñar
como una ecuación incompleta
donde uno es tres y tres es par.
Perdiendo mi mirada en el asfalto
buscando tu recuerdo en el camino
casi te veo, casi me escapo
pero sólo me pierdo contigo.
Humo que golpea tu cama
mientras pasa una estrella fugaz
perdiendo besos en tu almohada
donde dos es uno, y uno es par.
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Reina de Babilonia

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Su cuerpo se resbalaba entre los dedos como gotas de lluvia en un coche a la medianoche. Pero no había luz. No había oscuridad.
Gemía. Se revolvía entre su ropa, tirada por el suelo sin preocupación alguna.
La angustia le podía, pero le pudieron más las ganas.
El pecado siempre iría a su lado, como un gato negro tras la esquina, pero el Diablo susurraba a su oído.
Calla. No sigas.
Adelante. Para.
Recuerda que aún respiras, recuerda que aún vives, como un cigarro fumado demasiado deprisa, como un libro leído en una única noche.
Como un beso dado sin darse cuenta.
Como perder la inocencia en la parte de atrás de un viejo Renault.
Y tras la ventanilla, el mundo parecía demasiado pequeño en ese momento.
Y tras la ventanilla, su vida.
Era de noche, y no había luz alguna. Ni siquiera en sus ojos, cuando dejaron de ser los de una niña. Twitter icon

peces en el agua

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- Todo fue mal. Y luego a peor - comenzó, dando un sorbo a la taza de café.
- ¿Por qué?
- Fue su culpa, él lo empezó todo. Acabó ahogándose en su propia saliva. Me da lástima ¿sabes? Fue una pena que acabase así.
Max asintió con la cabeza, distraído, viendo la gente pasar al otro lado de la ventana de la cafetería.
- Entonces huyó ¿verdad? - dijo, tras un largo silencio.
- ¿Alguna vez se quedó del todo? No. Era como el Principito de Saint-Exupéry, nunca dejó de tener su espíritu en algún lugar perdido del firmamento.
El chico rió con cansancio. El Principito, sonrió, nunca había llegado a entender ese libro del todo, al igual que jamás había entendido las grandes pequeñeces de la vida.
- Te quería, ¿lo sabías?
- Siempre me quiso. Pero no funcionaría. Era demasiado libre.
Se fraguó un nuevo silencio, mientras el humo del café se colaba entre su pelo.
- En realidad siempre he pensado que las personas más libres son las que más desean los lazos. Tienen miedo a ser el último pez del océano.
- Sin embargo, acabó huyendo al mar.
- La única manera de volver al mar una vez dentro es a través del váter. Nunca lo olvides.



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