parpadeos eléctricos

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El golpetear de las gotas en el suelo, cayendo desde el mismo centro de la gotera del techo, había decidido por él.
Era el momento de huir. Era el momento de correr.
Guardó en su bolsillo el paquete medio vacío de tabaco, y un mechero recargable de recuerdo de Roma. Odiaba Roma, pero no tenía nada más con lo que hacer fuego.
Tardó casi una hora en llegar a la estación, sin pensar, sin sentir, sólo observando cómo resbalaba la lluvia en la ventana del autobús.
Sacó dos billetes. Ocupó un sólo asiento.
- ¿Por qué lo hizo?
- Nunca viaja sin tu recuerdo.
- ¿Llegará pronto?
- Aún le queda mucho viaje, pequeña. Ahora guarda tus pinturas y deja de dibujar niños sin sonrisa. Papá está de camino. Twitter icon

Corazón Sádico

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Las horas pasan y maldita es la espera.
Mira si la batería está entera.
Comprueba de nuevo la cobertura.
El silencio de la noche es tu tortura.
Porque hierba mala nunca muere, y la esperanza es inmortal.
Inmortal, y mala consejera en temas con un punto final.
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Margareth I

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Las gotas mojaban la ventana, mientras resonaban los pasos del perro en el piso de arriba. Hacía muy mal tiempo, pero a Margareth no le importaba. Sólo miraba las formas del humo de su cigarro alejarse hacia el techo, donde una pequeña araña descansaba sobre su tela.
Un cartel colgaba del pomo de la puerta, grisácea, con arañazos del paso del tiempo. Hacía ruido al cerrarse, y sus argollas estaban cubiertas de óxido. Ella se balanceaba sobre una mecedora que hace siglos era de primera mano, mientras observaba a través de la calada ventana el coche negro que estaba aparcando al otro lado de la acera.
Un hombre salió de él, con un paraguas tapándole la cabeza. Detrás, unos pequeños niños hacían volar sus vestidos blancos empapándose de la lluvia, mientras la madre de ellos, con un destacado sombrero florido, les pedía que no saltasen sobre los charcos.
Finalmente, mujer e hijos se escondieron en el porche, mientras el señor del paraguas decía unas últimas palabras a su chófer.
Ése era el momento.
Escuchó el portazo de los niños y sus correteos por la escalera mientras sacaba de su maletín el revólver y apuntaba desde la distancia a la cabeza del hombre del sombrero.
Esperó unos segundos y finalmente, apretó el gatillo.
Un golpe seco. Un fogonazo de luz.
Y despertó.
Margareth estaba temblando sobre la cama, sudada, cubierta de lágrimas mientras su corazón palpitaba a ritmo de Elvis Presley en sus buenos tiempos. El timbre empezó a sonar, una y otra vez, y finalmente abrió los ojos e intentó hacerse a la nueva luz.
Los barrotes de la celda parecían cada vez más grandes. Pero esa sería la última mañana que viviría allí. Por fin podría ser libre. Por fin podría volar.
En ese momento, el alcaide se acercó a su celda, y diciendo todo el protocolo abrió la celda. Margareth sólo escuchó las últimas palabras, y sonrió de felicidad.
- Silla eléctrica. Sala número cuatro. Twitter icon

segunda

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Pequeña mariposa de alcohol
que flotando en la ventana
creyendo que va a despertar
amanece en la mañana
teñida de rayos de sol
gota a gota, nada a nada.
Aunque puede que despiertes
aún siento aquel latido
que revoloteando viajaba
sobre aguas en el Nilo
cada palabra mata,
como parcas y sus hilos.
Puede que te eche de menos
puede que no vuelva a pensar
que sin pensarlo pensaba,
pensamiento a mi pesar,
cuando miro en mi ventana
creyendo que no volverás.
Y como un barquito se hunde
en las aguas de la mar
que salando las heridas
me dice que ya no estás,
que aún quedan mil semanas,
y aún te tengo que esperar.
Y dices que no entiendes
cuando no hay entendimiento
en mis palabras huecas
vacías de sentimiento
como un roble sin sus hojas,
o una flor sin pensamiento.
Sin embargo yo te digo
que no hay nada que entender,
marionetas sin sus hilos
en un juego de ajedrez.
Y sin embargo te cuento
que este momento es perfecto
para decir que te quiero
para decir lo que siento.
Una nueva cabezada,
y otro nuevo amanecer
amaneciendo en mi ventana
a seiscientos pasos de tu piel.
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primera

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Donde los cielos no sangran
es difícil de creer
que una nube sin rumbo
sobre ti pueda llover,
y más cuando la lluvia
te mojaba desde ayer...
A veces miro sin mirar,
a veces miro sin ver,
pero puede que otras tantas
diga algo sin querer
como besos que se escapan
con las velas de un pastel.
Y sin pensarlo, te toco
y se escapan mariposas
encerradas en cerrojos
en un verso sin rimar,
porque, sin quererlo, quiero,
y sin pensarlo, siento
cada vez que doy la vuelta
y veo que ya no estás...
Te quise como ya no te quiero,
te quiero como no te querré
palomitas sin sus vuelos
en un cine para tres,
que hace mucho que siento
que debería volver,
y sin embargo lo intento,
y sin embargo no sé...
Sólo prometo una cosa,
que el día que volverás
estaré junto a tus manos,
temiendo qué me dirás,
porque aunque no sepa qué siento,
aunque no sepa decir,
sólo creo que te quiero
como te quise en Madrid.
Esta botella de ideas
se ha quedado sin alcohol,
y prometo no olvidar
el latido de un corazón
que te mira sin mirar,
que te quiere sin saber
qué es eso del amar
ni qué ha cambiado esta vez.
Sólo pido una promesa,
que aunque no sepa querer
no te vayas de mi lado
por si consigo aprender.
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lengua de bohemia

3 estrellas fugaces

Músico, poeta y pintor
que vivió en su momento,
buscando un verso perfecto
que enamorase al lector
bebió un trago de alcohol
se acomodó en la acera,
lanzó al aire una moneda
y con tiza en el suelo escribió
"Como dijo Valle-Inclán,
mejor murió Max Estrella
al calor de la botella
que morir como un sultán
por el pueblo no querido
sentado en un trono de oro
mientras roban tus tesoros
los que ayer fueron amigos"
Y tras esto, pereció.

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