Fred-baby


Existen mil palabras para que sean la primera, pero sólo unas fueron dicha por sus labios:
- Hacía mucho que no veía a gente nueva por el edificio.
Sonreí, mientras intentaba llamar al ascensor con el codo, ya que parecía ser la única parte de mi cuerpo que no sujetaba alguna maleta.
- Olvídalo, no funciona. Es más, cuando llegué nueva ya estaba estropeado. Mi teoría es que es una puerta secreta, ya sabe. Algo como Ana Frank, o mejor, Narnia.
- ¿Hace mucho que vive aquí?
- Algo más. Quizás menos. Digamos que año y pico. Ya veo que usted no. ¿Compra o alquila?
- Por el momento ocupo. Quizás mis hijos puedan decir que tienen casa propia. O sus nietos. O los nietos de sus nietos. Ya sabe como funciona.
- Hijos. ¿Esposa? No la veo. ¿Divorcio? Perdone mi indiscreción - bajó la mirada algo avergonzada de sus propias palabras.
- No se preocupe - intenté sonreír, mientras subíamos las escaleras tan rápido que un caracol nos habría doblado-. Soltero y entero, o eso dicen. Sin más compromiso que Bobby.
- Oh, Bobby. Entonces es homosexual, ¿cierto?
Reí por el tono de su pregunta, aunque ante la misma, en boca de otra persona, habría reaccionado distinto.
- Bobby es mi pez de colores -dije, levantando la mano para enseñárselo. Pero no fue un pez lo que había en ella, sino una bolsa de plástico con una lámpara asomándose como espía de la conversación.
Avergonzada, rió discreta.
- Tercer piso, he llegado - concluí, al llegar al amplio piso. Tan amplio como una nevera, vaya.
- Si necesita ayuda yo estoy en el cuarto. Justo encima de usted. Podría pasarse esta noche, sobre las once. Tomar algo, conocernos. Decirnos los nombres estaría correcto.
- Mi nombre es Paul.
- ¿Sabe? Sabía que se llamaría así. Quiero decir, tiene los ojos de llamarse Paul.
- ¿Y cómo son mis ojos? - pregunté, algo incorrecto.
- Oh. Ya sabe. Esos típicos ojos que dicen morder y luego no saben ni besar - dijo, algo oqueta -. Disculpe de nuevo. No quería ofenderle.
- No me ha ofendido - sonreí, abriendo la puerta de mi nueva casa -. Aunque usted no ha dicho su nombre todavía.
- A las once, en mi casa, se lo diré. No piense nada extraño, sólo whisky. Y si no puede esperar, busque mi nombre en el buzón. Aunque no estoy realmente segura de lo que ponga.
Guiñé un ojo, confidente, y me dediqué a pasar una a una cada maleta en casa. En total hacían cinco, y todas sobre mi cuerpo. Entonces vi que, desesperada, buscaba en sus bolsillos.
- Oh. Otra vez no - dijo, cansada-. ¿Le importa que pase por su escalera de incendios? He perdido la llave. Será un momento, no se preocupe.
Antes de poder reaccionar, ya se había colado dentro de ella. Dentro de mí. Dentro de mi mundo.
- Al menos dime tu nombre - dije, mientras se colaba por la ventana del baño para acceder a las escaleras metálicas.
- Esta noche, a las once - y sonriendo, fue subiendo por ellas.
Pero no hacía falta que lo dijese, ya estaba seguro de ello.
Holly. Como siempre, Holly. Twitter icon

3 estrellas fugaces:

Axel Flo dijo...

esto forma parte de una novela o es un fragmento libre? mpork si hay mas kiero seguir leyendo.

Jorge Hernando dijo...

en un principio es sólo un relato, una especie de "homenaje" a 'Desayuno con Diamantes'
hace mucho que no escribo historias largas, pero me pica volver a ellas... no sé no sé, quizás la siga, pero no es seguro
gracias por comentar :)

Anónimo dijo...

Me ha resultado delicioso. Y lo siento, pero no vas a ser fácil de olvidar.
Por cierto, no sabes lo que son manos de viejo, aún no; ya lo sabrás.

Josan Melbourne

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